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En tiempos de pandemia, la relación de las personas con sus mascotas ha estado más presente de lo esperado. Un ejemplo de ello ha sido la discusión pública, como consecuencia de la modificación en permisos de paseos diarios de perros, que se traduce en la restricción a dos por semana, por 30 minutos. Como Colegio Médico Veterinario y con la promesa de ‘Una Salud’, velando por la protección de la salud animal, ambiental y humana, propusimos a la autoridad permitir la realización de paseos diarios por un periodo más acotado, apuntando a permitir la conducta de eliminación (o evacuación) de orina y heces, sobre todo, en aquellos animales que están condicionados a hacerlo fuera del domicilio. Esta medida aún se encuentra en evaluación por parte del gobierno.

Queremos ser enfáticos en que la tenencia responsable es un compromiso de por vida que involucra la satisfacción de necesidades físicas, mentales y naturales por parte de los tutores, y que el convivir con animales de compañía condicionados a orinar y defecar de forma exclusiva fuera del hogar puede afectar enormemente el bienestar de los animales, dado que impide la realización de una conducta básica, normal y fisiológica en el momento que el animal sienta la necesidad de realizarla. Por ello, es importante que nuestra forma de relación y convivencia con las mascotas se modifique y respete el bienestar y las necesidades específicas de cada especie.

Educar a los animales desde etapas tempranas en un comportamiento equilibrado depende de los tutores responsables. Un elemento básico en este entrenamiento es el enseñar a los animales, perros y gatos, a utilizar un espacio específico del domicilio para orinar y defecar, y tenerlo como alternativa en momentos como el que vivimos, en que se restringe las salidas para cualquier actividad, velando por la salud pública.

La invitación a la ciudadanía, es a aplicar normas de convivencia armoniosa en tiempos de pandemia, socializar adecuadamente con sus animales, brindarles tiempo de actividades lúdicas y enriquecer sus ambientes, para ayudarlos a sobrellevar los tiempos de encierro. Esto, en el entendido que la única forma de resguardar la salud humana y animal en esta crisis, es evitando salir de nuestros hogares.

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La Porota

La Porota vive actualmente en nuestra casa . La conocimos el día en que la abandonaron. Esa vez corría a una velocidad inusitada para su corta estatura, tal vez siguiendo a sus amos desde lo más alto del camino. Llegó junto a nosotros cuando repartíamos alimentos y se confundió con la manada. Se quedó a vivir en uno de los refugios que para ese entonces no contaba con más de tres pequeñas casitas. Allí la encontrábamos semanalmente cuando los visitábamos.

 

Se hizo querer al corto tiempo. No le importaba no ser la primera en comer, sí que le prestáramos atención lanzándose de espalda al suelo repetidas veces mientras caminábamos por el lugar. Después comenzamos a tomarla en brazos y a pasearla. Nos miraba con una cara sería e inexpresiva cada vez que, terminada nuestra labor, nos despedíamos. Se quedaba allí, librada a su suerte y a su abandono.

Así fue pasando el tiempo. Vinieron inviernos fríos, primaveras floridas y veranos calurosos. Cada vez sentíamos que nos esperaba para hacerse querer.

Finalmente, en un octubre o un noviembre entró en celo y quedó preñada. Le creció prontamente la barriga ; se puso gorda y barrigona y, cualquier día desapareció. La buscamos cada vez que fuimos. Dos semanas que no tuvimos noticias de ella. Hasta que, de tanto llamarla apareció. Flaca, sucia, bamboleándose y apunto de caer desmayada. La recogimos. Tratamos de hacerla comer o beber agua, pero, no respondía. Había perdido su alegría y sus muestras de cariño. No tuvimos otra opción que llevarla a un centro veterinario para que la examinaran. Allí la dejamos algunos días. Después, la llevamos a nuestra casa para que se recuperara.

Fue en ese momento en que decidimos acogerla.

Pasó dos semanas sin emitir ladrido y mirándonos fijamente por largos momentos, expectante. Hasta que de pronto, mientras veíamos televisión acompañados por ella, parece que despertó, o parece que se dio cuenta que, pasado el tiempo, ya no tendría que volver al lugar donde la abandonaron. Comenzó a dar brincos y a girar sobre sí misma arriba de los sillones. Desde ese día fue una fiesta cada vez que llegamos por las tardes después de nuestros trabajos.

Ahora vive con nosotros. Está feliz. Nos quiere y es un pozo de ternuras. Encontró pareja con uno de nuestros perros. Con él comparte la comida y la casa donde duerme. Con el más pequeño comparte juegos y algunas atenciones que no tienen los otros habitantes de la casa.

Hágase Socio

                                                

No al maltrato